Serigrafía I

que si sé imprimir con serigrafía, me preguntás!

mi primer trabajo fue en un taller de serigrafía
junto al encargado
yo dieciocho, él casi treinta,
lo ayudaba a grabar las matrices
en el cuarto oscuro
donde empezó un juego romántico
entre mi pelo y su boca
y entre clichés y chistes nos enamoramos:
día a día esperábamos ansiosos
el momento de meternos en el cuarto de grabado
y con caricias y bromas 

vinieron los abrazos
los besos
cada vez más profundos
mientras las matrices hervían a más de cuarenta grados;
caminábamos juntos durante horas al salir de trabajar,
él me enseñaba inglés
me traducía canciones
yo se lo devolvía con caricias
con admiración y devoción,
buscábamos esquinas oscuras
halls de edificios abandonados
y con la vergüenza escondida
nos trenzábamos con todas las ganas posibles
y un día con su pija en mi mano
me dijo que habíamos ido demasiado lejos
que no podíamos seguir así;
pero seguimos
ofreciéndonos cada vez que aparecía el jefe
preguntando quién quería hacer horas extra,
madrugadas juntos abrazados
sobre las bolsas de goma para hacer llaveros
ropa puesta lenguas sin fin...
un día cualquiera
entró repartiendo sobres:
uno para mi sin mirarme a los ojos. 

 

desde el fondo del salón lleno de gente
sólo veía su cabeza
su pelo oscuro sedoso y más brillante que nunca
junto al de la flaca puta de su novia
sí, quiero
y como uno más de la fiesta bebí sin parar
sin soltar lágrima ni sonido
grité y me deshice en tiras por dentro
me vacié de amor y me llené de odio
y me fui
solo.

años más tarde
cuando ya había vuelto a coser mis tiras
y la supervivencia me volvió a llenar
coincidimos en el autobús,
nos saludamos
-me tendió la mano!!
nos preguntamos las estupideces de siempre
y sin dejar pasar un segundo de incómodo silencio
sacó su billetera rápidamente
y me mostró una foto:
su mujer y sus hijos
dos
un varón y una nena.
qué bueno, te felicito!
le dije,
a mi me siguen gustando los hombres.