me quedó una cosa por decirte. (primera parte)




que aquella mañana
fría como ninguna 
cuando llegó el taxi y me subí
tirando de mi vida que pesaba veintiséis kilos,
vi todas las puertas de tu calle cerradas
muy bonitas, muy coloridas
pero todas cerradas
igual que la tuya para mi.

y pensé

que no podía haber hecho miles de kilómetros para eso
sólo pude decir,
to the bus station, please
mientras volvías a dormirte
aprovechando el sitio caliente
que yo había dejado en la cama.

decirte que viajé horas 
viendo 
vacas y pasto
vacas y pasto
vacas y pasto
vacas y pasto
sin música
sin llorar
con las manos más vacías que nunca
con ojos grandes grandes sin pestañear
como un pescado
y que así llegué a otro planeta
en el que había una estación de tren
y un guardia que gentilmente me dijo
es medianoche, caballero, vamos a cerrar
y mis veintiséis kilos y yo
tuvimos que sentarnos en la calle
de la madrugada Valencia
mirando a los coches pasar

decirte que nadie me rescató
que se me ahuecó el pecho y la vida
que apreté los dientes
y miré hacia adelante
con música
sin llorar,
que tuve que volverme más zen que nunca
-por instinto, no por creencia-
que tengo heridas que tu conciencia conoce pero prefiere ignorar

decirte que incluso habiendo hecho mi paso por un purgatorio

y habiéndome vuelto bueno
hoy,
desde el cielo te maldigo
puto
puto cobarde
puto cobarde maricón
que tu alma se seque como una rama caída del árbol
que la soledad húmeda te carcoma los huesos
y que llores desesperado eternamente
todo lo que no lloré yo.


1 comentario:

Loo-la dijo...

Ahí queda eso... Pero precisamente esas vivencias son las que nos hacen lo que somos, para bien o para mal de todo se aprende. Ahora tengo que aprender como se hace eso de no llorar, es mi asignatura pendiente.
Besos.